El Ángel de todas las lenguas
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Inédita hasta ahora, esta novela es la primera de una trilogía en cuyo proceso de escritura Roberto Castillo se sumergió, alejado ya de la cátedra universitaria, durante sus últimos cinco años, hasta su fallecimiento en 2008. El ángel, ese personaje recurrente en algunos de sus libros anteriores, reaparece aquí ya no en la periferia de los acontecimientos narrados sino con un protagonismo avasallante, lo que le permite al autor concretar uno de sus propósitos después de la publicación de su magistral novela La guerra mortal de los sentidos: instalarse cómodamente en la frontera entre la fantasía y la realidad, entre el sueño y la vigilia, y responder, a través de la ficción, aquellas preguntas que se hiciera en otro de sus libros inéditos: “¿Qué es realmente lo que puede contarse? ¿Qué es realmente lo que puede soñarse?”.
A través de personajes insólitos como Juan Sansegundo, “hombre dedicado a la vida contemplativa”, Froylán Cadejos, “legendario combatiente de monte” o Rey Baltodano, “profesor honesto que se soñaba punta de lanza de un optimista proceso universal”, la narración discurre por caminos extraños, oníricos, entre los que es fácil conectar escenarios reales, como las calles de Tegucigalpa, con otros extraídos del sueño, de la fantasía o de la literatura.
Una novela alegórica, una “fantasía del futuro”, como el mismo Castillo la definiera; “una suerte de realidad paralela en la que se funden y confunden obras y autores de la literatura universal con una Honduras dislocada en el tiempo y el espacio”, según la define Mario Gallardo en el texto de presentación; “una realidad análoga a aquella en que vivimos, pero más compleja, más rica, más ambigua y del todo inteligible”, como ha dicho Hernán Antonio Bermúdez refiriéndose a toda su obra narrativa; una aventura intelectual, en definitiva, que cuestiona los límites de la escritura literaria y que reafirma a Roberto Castillo como el más importante autor de ficciones que ha tenido Honduras.
A través de personajes insólitos como Juan Sansegundo, “hombre dedicado a la vida contemplativa”, Froylán Cadejos, “legendario combatiente de monte” o Rey Baltodano, “profesor honesto que se soñaba punta de lanza de un optimista proceso universal”, la narración discurre por caminos extraños, oníricos, entre los que es fácil conectar escenarios reales, como las calles de Tegucigalpa, con otros extraídos del sueño, de la fantasía o de la literatura.
Una novela alegórica, una “fantasía del futuro”, como el mismo Castillo la definiera; “una suerte de realidad paralela en la que se funden y confunden obras y autores de la literatura universal con una Honduras dislocada en el tiempo y el espacio”, según la define Mario Gallardo en el texto de presentación; “una realidad análoga a aquella en que vivimos, pero más compleja, más rica, más ambigua y del todo inteligible”, como ha dicho Hernán Antonio Bermúdez refiriéndose a toda su obra narrativa; una aventura intelectual, en definitiva, que cuestiona los límites de la escritura literaria y que reafirma a Roberto Castillo como el más importante autor de ficciones que ha tenido Honduras.